domingo, 29 de agosto de 2010

¿Las Calles Hablan?

Antes de continuar con el tema de la historia de las calles. Quisiera que me permitieran regalarles esta ocurrencia, que me parece podría ayudar a matizar un poco el tema.

Para mi las cosas nunca son rígidas. Siempre tienen un matiz, un encanto y una atracción. Solo hay que tratar de encontrarlas. Para que nos sean más amenas y ligeras en el entendimiento.

Disculpas mil, por saltarme un poquitín del tema central.

¿Las Calles Hablan?

¡Claro que hablan! Respiran, sienten, tienen vida. Emanan olores, tienen aromas y colores. Miran, murmuran, respiran y hasta al oído te susurran.

Son ellas las que te hablan y te cuentan la historia. Una historia, viva, latente, que te atrapa y te cautiva. No es aquella, la paporretera y efímera de la escuela. Que a la salida se queda en las pupilas de la portera y mañana de lejos en el tiempo nos duela.

Caminar, caminar y caminar, por las calles. Conversar con ellas, sentir su aliento y aspirar los aromas del pasado, como una suave brisa, que tiernamente te acaricia. Te cuenta te canta y te encanta, te atrapa como en un “callejón sin salida” abrazándote , con el calido abrazo de un padre, que te acoge en su regazo, para arrullarte y contarte bellas historias, que te hagan caer en un profundo sueño, bajo la celosa mirada del tiempo que acompaña el relato de un mágico cuento.

Callecitas intrincadas, estrechas, de flores perfumadas y de atentas miradas, que vigilan el discurrir de la historia. Una historia que te cuenta de sus penas y de sus glorias.

Esas calles. Testigos perpetuos del ayer, del hoy y de lo que ha de venir.

Son aquellas calles, las que viven, sienten, saben, dicen y cuentan.

Déjame que te cuente……….

domingo, 22 de agosto de 2010

Historia de las calles de Lima antigua


Historia de las Calles de Lima 1

El marques, Francisco Pizarro. Conquistador del Perú. Decidió dejar sus climas serranos de Jauja. Para trasladarse a la costa y fundar la ciudad de Lima, un 18 de enero de 1535.

Para darle forma urbanística a la nueva y definitiva capital del reino del Perú, había que comenzar por: determinar y trazar las calles en donde a su vez, se ubicarían la cede del gobierno, el ayuntamiento, las iglesias y viviendas de los nuevos habitantes de aquel valle bañado por las aguas del río Rímac.

A punta de regla y cordel. Comenzó la tarea del diseño, medida y ejecución del ineludible trabajo callejero de la que fuese la capital más importante del virreinato español.

Plano en mano. Don Francisco, diseño lo que con el tiempo fuera conocido como: El Damero de Pizarro. Nueve calles de norte a sur y trece de este a oeste.

Como todo en la vida toma su tiempo, el proceso duro unos buenos años, hasta que tomara forma de ciudad. Las calles fueron haciéndose poco a poco y las casas edificándose de manera prioritaria en función de la jerarquía de cada parroquiano.

Para edificar y dar forma a los edificios. Se utilizaron ciertos materiales, un poco escasos en nuestros días y que fueron los que le hicieron cobrar vida a la mágica ciudad de los reyes.

Con un poco de imaginación y mucho arte, se diseñaron y edificaron los palacetes, mansiones e iglesias. Con las manos de artesanos y talladores, se lograron el diseño y la construcción de los balcones (únicos en su género en el mundo) Con ingenio, ilusión, gracia y pasión, se le dio forma y color a cada casa. Con colores vivos y alegres. Como para alegrar la vida de cada día y de cada quien. Sin maquinarias, cemento, ni la frialdad de lo practico, moderno y efímero. Pero si con el arte, la creatividad, la imaginación, el amor, las manos y los elementos de la naturaleza misma. Se le dio vida y alma a la Perla del Pacífico. Por eso es mágica; porque fue echa con las manos, el alma, el amor y el corazón de sus habitantes.

Muchas ilusiones y buenos deseos para una nueva vida. El comenzar en un nuevo mundo, requería de mucha entrega y de muchísimas ganas. Había que crear un mundo nuevo. La vida comenzaba en aquellos tiempos en una nueva tierra y la historia empezaba a escribirse con la tinta del tiempo y la pluma de la memoria. Una memoria que se ha ido enriqueciendo y aferrandose a los temibles embates del olvido, que tanto daño hacen y tanto laceran.

Por eso es que Lima es una ciudad con alma. Porque esta hecha con alma, vida y corazón. Con madera, caña, barro y el amor de quienes la construyeron.

Así fueron creciendo las calles, a lo largo y a lo ancho. Pero conforme crecían en extensión, necesitaban un nombre para poder identificarlas.

El ingenio popular y la tradición heredada de la historia, no se hicieron esperar. Tanto así que los parroquianos comenzaron bautizar cada calle de acuerdo a algo o alguien que la caracterizase y así de manera informal y espontánea, hasta que: en 1913 Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaro. Ordenó que se hiciese un empadronamiento y censo, con la finalidad de conocer el número de habitantes que poblaba la ciudad, así como sus ocupaciones, oficios y todo aquello los pudiese diferenciar o identificar ante las autoridades y la sociedad. Con lo que se otorgo, casi un carácter oficial al nombre de cada calle. Solo se le dio legalidad al uso ya existente del sistema.

¡Una tradición heredada de la historia! Sí, sin lugar a dudas. Es una tradición venida desde los tiempos de la ocupación árabe en España. Casi ochocientos años, fueron los que duro la ocupación del imperio musulmán en la península ibérica y de ahí vienen muchas usanzas y costumbres. Tamizadas por la paciencia del tiempo y la fusión de dos culturas. A pesar que solo una fue una la que heredó de la otra., (española) Y esta a su vez y a su manera la transmitió al mundo nuevo.

Resulta que los árabes, acostumbraban a vivir en fortalezas y en especial en terrenos elevados, para poder tener dominio del lugar y para poder defenderse. Estas edificaciones, solían estar diseñadas de manera muy peculiar; eran unos laberintos conformados por callejuelas intrincadas de uso solo peatonal. En estas calles, se entremezclaban los negocios y las viviendas y para ubicar a alguien se solía hacer por medio de un nombre, el mismo que estaba asignado a una calle y que obedecía al oficio que ahí se ofrecía o ejercía, como a la distinción particular de algún ciudadano morador.

¡El que lo hereda, no lo hurta!

Continuará……….

lunes, 2 de agosto de 2010

"El Conde de Superunda"




El Conde de Superunda
Esa hermosa ciudad de la que tanto hablamos, de la que oímos, de la que dicen, cuentan e inventan. Esa Lima que vemos y que contemplamos. Aquella, la de los balcones, casonas, puentecitos, iglesias, miradores y mil cosas más. Es la Lima que nos dejó: José Antonio Manso de Velasco. Virrey del Perú entre 1745 y 1761.
La noche de 28 de octubre de 1746 aproximadamente a las diez y treinta, Lima comenzó a temblar y a crujir desde sus entrañas. Un terremoto que para algunos duro dos minutos, tres para otros y una eternidad para todos los habitantes de aquella época. En la oscuridad mas absoluta, la implacable furia de la naturaleza, se hacia mas terrible y mas pavorosa, de lo que hubiese sido de cara a la luz del sol, En donde tenemos la opción de saber a donde ir y por donde no.
En aquel momento, la ciudad de los reyes había quedado sumida en la desolación, el caos mas absoluto y en la destrucción casi total de su infraestructura, Solo quedaron en pie, el veinticinco por ciento de sus edificaciones. Hasta la catedral quedó en escombros. Solo gritos desgarradores y una nube densa de polvo, invadían el dantesco escenario de aquel fatídico 28 de octubre.
El costo de la desgracia, fueron más de mil quinientas vidas. Una cifra de grandes proporciones para la época. Y para una ciudad pequeña, como la Lima de antaño.
No tenía siquiera un año ejerciendo el cargo de Virrey del Perú “El Conde de Superunda” cuando tuvo que tomar las riendas de tan grande responsabilidad.
El virrey, no dudo en tomar el toro por las astas y comenzó a trabajar sin suspiro ni aliento, de sol a sol y a brazo partido. Hizo cuanto pudo y cuanto quiso para lograr que la ciudad volviera a la normalidad.
Hay que destacar que, estamos hablando de la ciudad de Lima en sí y no de El Callao su principal puerto. El callao, fue arrasado por un tsunami, cuya ola media más de 17 metros de altura. No quedó piedra sobre piedra y tan solo un promedio de cien personas sobrevivieron a la catástrofe.
La fuerza de la ola, hizo que el mar llegara hasta lo que hoy conocemos como: el cruce de las Av. Elmer Faucett y Colonial. En esta esquina existe un templo, en honor a la virgen del Carmen. Porque el fervor popular, le atribuye el milagro de permitir que hasta ahí llegase el agua.
La distancia entre la playa y el cruce de las mencionadas avenidas es de aproximadamente cinco mil metros o cinco kilómetros. En aquellos tiempos la medida equivalía a una legua.Es por ello que la iglesia lleva el nombre de Carmen de la Legua.
Lima y el Callao, volvieron a renacer y a ser lo que fueron, gracias al virrey Conde de Superunda., quien fue más Allá de sus posibilidades y peleo hombro a hombro con el pueblo para devolverles una ciudad a la altura de su categoría.
La calle que hoy conocemos como Conde de Superunda. Que va desde el Correo Central y hasta la Av. Tacna: originalmente llevaba el nombre de: Paseo de los Conquistadores y luego fue cambiada en homenaje al restaurador de la tres veces coronada Ciudad de los reyes.
Por esta razón, don José Antonio Manso de Velasco y Sánchez, fue honrado por el rey de España con el titulo nobiliario de: Conde de Superunda. El nombre deriva del latín: súper (gran) unda (ola) En alusión ala gran ola que asolo las costas limeñas.